Calle Francisco Pimentel 3, Col. San Rafael
Ciudad de México
+52 55 5546 9001
info@galeriahilariogalguera.com
Lunes - Sábado: 11:00 -17:00 h
Entrada libre
La Galería Hilario Galguera presenta la exposición Preludio de Gabriel O’Shea (Metepec, México, 1998), la cual retrata las capas de complejidad de la era digital contemporánea. Analizando el declive de la espiritualidad en la sociedad y su sustitución por la veneración de los espacios virtuales, O’Shea busca explorar y experimentar con medios clásicos y contemporáneos para revelar la decadencia del cuerpo como símbolo sagrado.
La Galería Hilario Galguera presenta la exposición Preludio de Gabriel O’Shea (Metepec, México, 1998), la cual retrata las capas de complejidad de la era digital contemporánea. Analizando el declive de la espiritualidad en la sociedad y su sustitución por la veneración de los espacios virtuales, O’Shea busca explorar y experimentar con medios clásicos y contemporáneos para revelar la decadencia del cuerpo como símbolo sagrado.
Galería Hilario Galguera presents Gabriel O’Shea’s (Metepec, Mexico, 1998) exhibition Preludio, portraying the layered complexity of the contemporary digital age. Highlighting the decline of spirituality in society and its replacement by the veneration of virtual spaces, O’Shea seeks to explore and experiment with classic and contemporary media to reveal the decay of the body as a sacred symbol.
La obra de Gabriel O’Shea se enfoca mayormente en la dualidad de lo divino y lo mundano, utilizando su arte como una herramienta que le permite sembrar cuestionamientos íntimos en el espectador en una variedad de temas como la ausencia de la espiritualidad, la falta de introspección, el nihilismo contemporáneo, la violencia y la decadencia que envuelve nuestra actualidad. El cuerpo humano se presenta segmentado, parcialmente mostrado, o velado, implicando narrativas latentes inquietantes, enfatizadas por el realismo y precisión de su técnica que visibiliza la vulnerabilidad del cuerpo.
Gabriel O’Shea es un artista que trabaja en disciplinas como escultura, pintura, fotografía, instalación y video, utilizando materiales como cera, silicona, textiles, metal y cabello humano. Las referencias a temas religiosos y el énfasis frecuente en figuras humanas lastimadas o violentadas, expresan una tensión entre lo existencial y lo espiritual, entre la tranquilidad y el caos.
Gabriel estudió en la Barcelona Academy of Art, en el año 2018. Ha expuesto individualmente en el museo Casa de la Mora, Toluca, México. Y ha participado en muestras colectivas tales como “Index 5: estancias” en la Galería Hilario Galguera, México (2021) y en la feria de arte Zona Maco, Ciudad de México (2022).
La obra de Gabriel O’Shea se enfoca mayormente en la dualidad de lo divino y lo mundano, utilizando su arte como una herramienta que le permite sembrar cuestionamientos íntimos en el espectador en una variedad de temas como la ausencia de la espiritualidad, la falta de introspección, el nihilismo contemporáneo, la violencia y la decadencia que envuelve nuestra actualidad. El cuerpo humano se presenta segmentado, parcialmente mostrado, o velado, implicando narrativas latentes inquietantes, enfatizadas por el realismo y precisión de su técnica que visibiliza la vulnerabilidad del cuerpo.
Gabriel O’Shea es un artista que trabaja en disciplinas como escultura, pintura, fotografía, instalación y video, utilizando materiales como cera, silicona, textiles, metal y cabello humano. Las referencias a temas religiosos y el énfasis frecuente en figuras humanas lastimadas o violentadas, expresan una tensión entre lo existencial y lo espiritual, entre la tranquilidad y el caos.
Gabriel estudió en la Barcelona Academy of Art, en el año 2018. Ha expuesto individualmente en el museo Casa de la Mora, Toluca, México. Y ha participado en muestras colectivas tales como “Index 5: estancias” en la Galería Hilario Galguera, México (2021) y en la feria de arte Zona Maco, Ciudad de México (2022).
Una melodía penetra la atmósfera de la galería. Se escucha lejana, cambiante, heterogénea. Requiem es el título de una de las series de O’Shea, tomando su nombre por el canto dedicado a los difuntos en la tradicional misa católica. En este ambiente se ubican esculturas de cera inspiradas por escenas religiosas reducidas a fragmentos, los torsos del cuerpo se presentan como vestigios solitarios de un pasado poderoso. En Tan Poco, 2022, cuelga sin vida una pintura sacra del siglo XVIII en una estructura oxidada. La imagen borrosa hasta lo irreconocible. En la parte central se encuentran los moldes escultóricos de torsos de yeso de la serie Elegías, con cuerpos momificados como reliquias arqueológicas, su materialidad contiene restos terrenales, cenizas, cabellos humanos y polvo. A través de la muerte escenificada del arte religioso, y su reapropiación y sepultura de formas escultóricas griegas, O’Shea encapsula físicamente los contornos de una historia del arte cuyas exigencias de originalidad y relevancia cultural han sido interrumpidas por la innovación digital, de la misma forma en la que se ha interrumpido la adoración, idolatría y devoción tradicional.
En las pinturas, la presencia de pinceladas en escenas distópicas no sólo resalta el cambio en la práctica histórica del arte, sino que fomenta una mayor afiliación a los temas representativos de O’Shea. Los rostros nublados, como en un sueño, son despojados de rasgos a medida que los recuerdos se desvanecen. En este periodo de transición hacia un futuro digital, los sujetos aparecen atrapados en un purgatorio de identidad y subjetividad perdida, encerrados en habitaciones grises, máscaras protectoras y abrazos impasibles. Reutilizando la técnica del claroscuro, las luces y sombras de sus retratos sólo sirve para resaltar su continua abstracción. Cuando están iluminados, los rostros permanecen borrosos, mientras que otros están tan marcados por una consistente atmósfera tenue que desaparece cualquier contraste visual. El vívido optimismo de las escenas religiosas del barroco se yuxtapone al borroso nihilismo acromático de lo contemporáneo, y a nuestra incierta capacidad para encontrar propósito e individualidad en este presente.
La formación artística de O’Shea incluye el estudio detallado de Goya y Caravaggio, mientras que su crianza religiosa supuso un contacto frecuente con la iconografía católica. El cuestionamiento nietzscheano de O’Shea sobre la muerte de la religión supone una entrada necesaria en una contemporaneidad agnóstica y digital, responsable, no obstante, de una pérdida de identidad espiritual tradicional. Entre las representaciones de cuerpos de O’Shea, encontramos cabezas de concreto con máscaras, ilustrando la cualidad sumisa de la humanidad. Una sumisión sin cuestionamiento que se presentaba ante la religión, ahora se presenta con una dependencia total hacia la tecnología. Anónimas, contenidas, sumisas y cosificadas las imágenes de rostros pintados con máscaras de gas o visores de realidad virtual yacen en un espacio liminal, retratan la incómoda deshumanización tan característica de la inteligencia artificial.
En desafío a estas formas artísticas tradicionales y a su estatus “aurático”, la pieza de vídeo Polifonía (QUO VADIS), 2023, es producto de la recopilación de imágenes generadas y trabajadas con distintos softwares. Estas imágenes son el resultado de interpretaciones generadas por la computadora de textos cuidadosamente redactados por el artista, que le permiten utilizar el medio digital como una herramienta para crear escenas inquietantes. Este proceso de remodelación da lugar a un conjunto visual surreal, con grupos sin rostro, vestidos con atuendos religiosos, monjes con sofocantes cascos de realidad virtual y escenarios de niebla junto a incendios postapocalípticos. En esta distopía digital, las imágenes carecen de vida y sus cualidades extrañamente inhumanas son una metáfora adecuada de nuestra creciente existencia en línea. Sin embargo, toda esta ilusión es representativa de un simulacro de la cultura contemporánea. Cada imagen creada se produce mediante el aprendizaje de millones de otras imágenes. Es una compilación, y a veces apropiación, inconcebible. El arte de la inteligencia artificial (IA) se reproduce a sí mismo con una velocidad voraz en este vacío posmoderno carente de profundidad.
La tecnología y las culturas virtuales han sentado las bases de un nuevo sistema de creencias, que facilita el deseo de una segunda vida a través de dobles digitales del “yo” y personalidades virtuales. Esto puede ser liberador, ya que permite una expresión de la identidad imposible en la vida cotidiana. Pero por mucho que ofrezca una vía de escape, la realidad digital sólo ofrece una visión estable del cuerpo que ya no existe en la realidad física, igual que las metáforas escultóricas. Ante la nostalgia, la pérdida y el desastre post-apocalíptico, esta exposición continúa la tradición de la galería de abrir ventanas de esperanza, a través de las cuales, el espíritu del arte inevitablemente nos salva. Gabriel O’Shea y su obra nos arrojan una cuerda de salvación para sobrevivir en medio de la tormenta.
Una melodía penetra la atmósfera de la galería. Se escucha lejana, cambiante, heterogénea. Requiem es el título de una de las series de O’Shea, tomando su nombre por el canto dedicado a los difuntos en la tradicional misa católica. En este ambiente se ubican esculturas de cera inspiradas por escenas religiosas reducidas a fragmentos, los torsos del cuerpo se presentan como vestigios solitarios de un pasado poderoso. En Tan Poco, 2022, cuelga sin vida una pintura sacra del siglo XVIII en una estructura oxidada. La imagen borrosa hasta lo irreconocible. En la parte central se encuentran los moldes escultóricos de torsos de yeso de la serie Elegías, con cuerpos momificados como reliquias arqueológicas, su materialidad contiene restos terrenales, cenizas, cabellos humanos y polvo. A través de la muerte escenificada del arte religioso, y su reapropiación y sepultura de formas escultóricas griegas, O’Shea encapsula físicamente los contornos de una historia del arte cuyas exigencias de originalidad y relevancia cultural han sido interrumpidas por la innovación digital, de la misma forma en la que se ha interrumpido la adoración, idolatría y devoción tradicional.
En las pinturas, la presencia de pinceladas en escenas distópicas no sólo resalta el cambio en la práctica histórica del arte, sino que fomenta una mayor afiliación a los temas representativos de O’Shea. Los rostros nublados, como en un sueño, son despojados de rasgos a medida que los recuerdos se desvanecen. En este periodo de transición hacia un futuro digital, los sujetos aparecen atrapados en un purgatorio de identidad y subjetividad perdida, encerrados en habitaciones grises, máscaras protectoras y abrazos impasibles. Reutilizando la técnica del claroscuro, las luces y sombras de sus retratos sólo sirve para resaltar su continua abstracción. Cuando están iluminados, los rostros permanecen borrosos, mientras que otros están tan marcados por una consistente atmósfera tenue que desaparece cualquier contraste visual. El vívido optimismo de las escenas religiosas del barroco se yuxtapone al borroso nihilismo acromático de lo contemporáneo, y a nuestra incierta capacidad para encontrar propósito e individualidad en este presente.
La formación artística de O’Shea incluye el estudio detallado de Goya y Caravaggio, mientras que su crianza religiosa supuso un contacto frecuente con la iconografía católica. El cuestionamiento nietzscheano de O’Shea sobre la muerte de la religión supone una entrada necesaria en una contemporaneidad agnóstica y digital, responsable, no obstante, de una pérdida de identidad espiritual tradicional. Entre las representaciones de cuerpos de O’Shea, encontramos cabezas de concreto con máscaras, ilustrando la cualidad sumisa de la humanidad. Una sumisión sin cuestionamiento que se presentaba ante la religión, ahora se presenta con una dependencia total hacia la tecnología. Anónimas, contenidas, sumisas y cosificadas las imágenes de rostros pintados con máscaras de gas o visores de realidad virtual yacen en un espacio liminal, retratan la incómoda deshumanización tan característica de la inteligencia artificial.
En desafío a estas formas artísticas tradicionales y a su estatus “aurático”, la pieza de vídeo Polifonía (QUO VADIS), 2023, es producto de la recopilación de imágenes generadas y trabajadas con distintos softwares. Estas imágenes son el resultado de interpretaciones generadas por la computadora de textos cuidadosamente redactados por el artista, que le permiten utilizar el medio digital como una herramienta para crear escenas inquietantes. Este proceso de remodelación da lugar a un conjunto visual surreal, con grupos sin rostro, vestidos con atuendos religiosos, monjes con sofocantes cascos de realidad virtual y escenarios de niebla junto a incendios postapocalípticos. En esta distopía digital, las imágenes carecen de vida y sus cualidades extrañamente inhumanas son una metáfora adecuada de nuestra creciente existencia en línea. Sin embargo, toda esta ilusión es representativa de un simulacro de la cultura contemporánea. Cada imagen creada se produce mediante el aprendizaje de millones de otras imágenes. Es una compilación, y a veces apropiación, inconcebible. El arte de la inteligencia artificial (IA) se reproduce a sí mismo con una velocidad voraz en este vacío posmoderno carente de profundidad.
La tecnología y las culturas virtuales han sentado las bases de un nuevo sistema de creencias, que facilita el deseo de una segunda vida a través de dobles digitales del “yo” y personalidades virtuales. Esto puede ser liberador, ya que permite una expresión de la identidad imposible en la vida cotidiana. Pero por mucho que ofrezca una vía de escape, la realidad digital sólo ofrece una visión estable del cuerpo que ya no existe en la realidad física, igual que las metáforas escultóricas. Ante la nostalgia, la pérdida y el desastre post-apocalíptico, esta exposición continúa la tradición de la galería de abrir ventanas de esperanza, a través de las cuales, el espíritu del arte inevitablemente nos salva. Gabriel O’Shea y su obra nos arrojan una cuerda de salvación para sobrevivir en medio de la tormenta.
A melody penetrates the atmosphere of the gallery. It sounds distant, changing, heterogeneous. Requiem is the title of one of O’Shea’s series, named after the hymn dedicated to the deceased in the traditional Catholic mass. In this environment one can find wax sculptures inspired by religious scenes reduced to fragments, the torsos of the body lonely vestiges of a powerful past. In Tan Poco, 2022, an eighteenth century sacred painting hangs lifeless in a rusty structure, the image blurred beyond recognition. In the central gallery space reside the sculptural casts of plaster torsos from the series Elegias, with mummified bodies resembling archaeological relics, their materiality containing earthly remains, ashes, human hair and dirt. Through the staged death of religious art, and its reappropriation and entombment of Greek sculptural forms, O’Shea physically encases the contours of an art history whose claims of originality and cultural relevance have been disrupted by digital innovation, just as it has disrupted traditional worship, idolatry, and devotion.
In the paintings, the presence of brushstrokes in dystopian scenes not only foregrounds the shift in art historical practice, but encourages greater affiliation with O’Shea’s representational themes. Cloudy faces appear dreamlike, washed featureless as memories fade. In this period of transition to a digital future, subjects appear caught in a purgatory of lost identity and subjectivity, locked in gray rooms, protective masks, and unemotional embraces. Repurposing the technique of chiaroscuro, the play of light and shadows in his portraits only serves to highlight their continued abstraction. When illuminated, faces remain blurred, while others are so marked by a consistent subdued atmosphere that any visual contrast disappears. The vivid optimism of the religious scenes is juxtaposed against the blurred achromatic nihilism of the contemporary, and our uncertain ability to find purpose and individuality in this present.
O’Shea’s own artistic training includes close study of Goya and Caravaggio, while his religious upbringing meant he had frequent exposure with Catholic iconography. O’Shea’s Nietzschean questioning of the death of religion presents a necessary entry into an agnostic and digital contemporaneity, nonetheless responsible for a loss of traditional spiritual identity. Among O’Shea’s representations of bodies, we find heads made of concrete with masks, illustrating the submissive quality of humanity. An unquestioning submission that was once presented in the face of religion shifts into a complete dependence on technology. Anonymous, contained, submissive and objectified, the images of faces painted with gas masks or virtual reality visors lie in a liminal space, portraying the uncomfortable dehumanization so characteristic of artificial intelligence.
In challenge to these traditional artistic forms and their “auratic” status, the video piece Polifonía (QUO VADIS), 2023, is the product of a compilation of images created and developed with different softwares. These images are the product of computer-generated interpretations of texts prompts carefully written by the artist, allowing him to use the digital media as a tool to create uncanny scenes. This process of refashioning leads to a surreal visual array, with faceless groups dressed in religious garb, monks in suffocating virtual reality headsets, and misty settings alongside post-apocalyptic fires. Within this digital dystopia, there is a compelling lifelessness to the pictures, their strangely inhuman qualities an apt metaphor for our increasingly online existence. However, all of these illusions are representative of a simulacrum of contemporary culture. Every image created is produced through training from millions of other images. It is an unfathomable compilation, and often appropriation, of surface representation. Artificial Intelligence (AI) art reproduces itself with voracious contempt in this vacuum of postmodern depthlessness.
Technology and virtual cultures have provided the foundation for a new belief system, one which facilitates the desire for a second life through digital doubles of “self” and virtual personalities. This can be liberating, allowing for an expression of identity that is impossible in everyday life. But as much as offering an escape, digital reality only offers a stable vision of the body that no longer exists in physical reality, just like O’Shea’s metaphorical sculptures. In the face of nostalgia, loss, and post-apocalyptic disaster, this exhibition continues in gallery tradition to open a window of hope, as the spirit of art inevitably saves us. Gabriel O’Shea and his work are throwing us a lifeline to survive in the midst of torment.