Decía el escritor Víctor Hugo que “el recuerdo es una presencia invisible”, y algo así encontramos en la nueva serie “¿Quién necesita acción cuando tiene palabras?” de Maxime Brigou y sus grandes esculturas sobre pared. Con una herencia pictórica, Brigou alude a la forma y el arquetipo que se despliega en cada obra y donde el elemento escultórico se traduce en estructuras diversas, que parten de ideas y pensamientos, y se materializan en una abstracción fuertemente matérica, tangible, con volumen y tonalidad. La artista reaprovecha materiales que encuentra en su estudio, desde plásticos que quema y estira, hasta otras esculturas, para crear piezas con apariencia de profundidad, pero también de concepto, en las que se conjugan tanto su planteamiento estético como su concreción material. El uso de las láminas de plástico frente a otros materiales convierte a estas pinturas en objetos, en cuerpos reales, como los de quien observa. Fuertemente influida por su interés en la pintura de los siglos XVII y XVIII y los grandes maestros, Brigou reconoce una herencia no temática sino compositiva, formal, cromática, que siempre le ha atraído. 

El color y la luz son dominantes en las composiciones, que se perciben distintas según desde donde se miren. Esto es algo totalmente intencionado; Brigou traslada a la plástica su búsqueda incesante por los recovecos de la memoria para convertir cada obra en forma, pero también en vacío, de la misma manera en que se crean los recuerdos a partir de experiencias concretas, pero también de idealizaciones, de aquellos elementos que añadimos a lo recordado y que convierten a la memoria en algo poroso, fluido y cambiante. Asimismo, el espacio circundante juega un papel fundamental en sus obras, en las que el producto final no es algo cerrado, sino que se relaciona con su entorno, sobre todo con la luz natural, capaz de transmitir esa idea del paso del tiempo a medida que se mueve. De ahí que cada obra sea única, cambiante, infinita. 

Si algo destaca en el trabajo de Brigou es el proceso de elaboración de las piezas que, partiendo de percepciones subjetivas, donde se parte de lo aleatorio, la concreción final se compone a base de obras de gran formato abstractas, basadas en una mezcla de lo percibido, lo imaginado y lo recordado, una especie de destellos de todas estas experiencias a través de piezas matéricas, a medio camino entre la pintura expandida y la escultura concentrada en el marco. Hay, por tanto, dos percepciones contrapuestas: las de ella misma y su proceso, tanto físico como intelectual, y la del público, cuya presencia frente a cada escultura determina cómo se percibe esta, sus tonos, colores y sutilidades. Quien mira una pieza de Brigou establece también una relación corporal con la obra.

Esta exposición presenta una serie de trabajos de esta artista belga cuya predilección por el paisaje se palpa, en cierta manera, en esas grandes abstracciones. Se evoca y sugiere un paisaje no figurativo, más bien lo que de él queda cuando nos hemos ido, nuestra sensación y su recuerdo. Esa capacidad de materializar la memoria y su sensibilidad es lo que distingue este trabajo tan minucioso. La narrativa aquí es abierta, definida por el público, su visión y sus propios recuerdos. 

Tiempo y espacio se dan cita en cada una de las obras para presentar, finalmente, composiciones no definidas en las que fluye la forma y el significado. 

En su proceso creativo Brigou reconoce necesitar mucho tiempo y mucha soledad “para revisar mis pensamientos”, y esto es lo que vemos aquí: una búsqueda de la evocación en lo visual, tangible en cada pieza pero etérea en su principio, como si miráramos el fragmento de un recuerdo materializándose. Esa presencia invisible a la que alude Hugo se vuelve corpórea en las obras de Brigou. 

Semíramis González 
Historiadora de arte 

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